Buenas a todos.
La semana santa ha pasado, siento el retraso por San Dominguín, la gaceta se retrasa también por vacaciones. Esta semana me ha dejado exhausto, a pesar de ser una semana "corta" en el trabajo. Seguimos preparando la campaña comercial que debería empezar hoy martes. Apenas quedan segundos para que comencemos. Nervios contenidos.
Algunos sabréis que aunque vivo en Lille, mi trabajo me obliga a transladarme todos los días a Roubaix en metro, una hora de viaje -comparable a cualquier translado en el metro de Madrid. Un metro más pequeño y más silencioso (ruedas neumáticas en vez de ruedas de metal) además de ser totalmente automático. Es como estar en manos de la tecnología, desde que te subes hasta que te bajas -no es recomendable para los que dudan de los "cachibaches".
A mí me gusta por dos razones: la primera que es gratis, nada de barreras ni torniquetes. Un solitario y taciturno cancelador de billetes "opcional" que para mi forma de pensar totalmente ibérica (leer española) se me hace mucho más opcional todavía. Otra de las cosas que me encanta es la música. En el vagón naturalmente no hay nada aparte de la voz que te canta las estaciones una por una, pero en las estaciones hay música. ¿Musica clasica? preguntaréis los que viajáis en Cercanías. Pues no. En medio del viaje, en cada parada a eso de las nueve de la mañana te puedes deleitar con un remix del "Papichulo", de la "Bomba" o de "Baby boy". Lo ideal para terminar de despertarte, junto con el café. (nada de café torrefacto, por supuesto).
Pues este fin de semana volví a recorrer el trayecto en metro una vez más para presenciar en vivo el final de una de las clásicas ciclistas por excelencia: la París-Roubaix. Hasta pudo ganar un expañol, Juan Antonio Flecha, estaba en el grupo de escapados. Lamentablemente nuestros ánimos no fueron suficientes; será porque no llevábamos bandera. Nota: Nunca salir de España sin una bandera española, siempre la echas de menos. Para los que no sean muy duchos en esto del ciclismo, el "infierno del norte" como se conoce a esta clásica, dura un día (una etapa) y va desde la capital hasta el velódromo de Roubaix, atravesando carreteras y suelo adoquinado. Las caídas y los accidentes forman parte del "encanto" de esta prueba, de ahí su nombre.
Lo bonito de esta semana ha sido (de nuevo) la fiesta. Hasta tres cumpleaños coincidieron estos siete días (¿baby boom?) lo que multiplicó
la diversión. El más divertido, una amiga francesa de Nancy, una chica mexicana, que alquiló una sala de fiestas para la celebración. Tres
euros simbólicos de entrada y a cambio buena música (no faltó el "Papichulo" por supuesto), cerveza y sobre todo huevos de pascua de
chocolate. Me sorprende a veces la cantidad de cosas que pueden organizar los franceses para celebrar su cumpleaños. Lo máximo que he
organizado yo es una quedada con los colegas invitando a la primera copa, por supuesto, sin huevos de pascua.
Se termina la pascua y no he podido salir de Lille (pensaba ir a Paris, pero al final por varios motivos no ha podido ser). No importa, la
verdadera razón de la pascua no es viajar, sino comer tantos huevos como se pueda y mejor si se hace en buena compañía. Aún hoy hay algunos
pequeños huevos que rondan por la oficina. Lo justo para terminar una semana muy dulce, plagada de buenos recuerdos. Hasta la semana que viene.